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A Propósito de la Navidad: La economía de los regalos

diciembre 22, 2015


[:es]Décima tercera columna de la sección General Management, escrita por la profesora Daiane Scaraboto, publicada el sábado 19 de diciembre en El Mercurio.
Desde el punto de vista microeconómico no tiene ningún sentido regalar. Entre otros, porque los receptores estiman que el precio se encuentra entre un 10% y 30% por debajo de lo que realmente costaron.
En una historia inspirada en los Reyes Magos y sus regalos, el escritor estadounidense O. Henry  cuenta cómo un esposo y su mujer, completamente enamorados el uno del otro, enfrentaron el desafío de la compra de regalos de Navidad entre ellos contando con muy poco dinero. Eran pobres y cada uno tenía solo un bien preciado. La mujer, un hermoso pelo largo que provocaría la envidia a cualquier princesa y su marido,  un reloj que había pertenecido a su padre y su abuelo antes de él.
La mujer quería comprar una cadena de oro para el reloj de su marido y tras mucha consideración, decidió cortarse el pelo y venderlo, para así obtener el dinero que necesitaba para comprar la cadena de oro. Cuando su marido vuelve a casa del trabajo, ella descubre que él vendió su reloj para comprarle un peine de pelo con incrustaciones de joyas.
A pesar de que nuestros protagonistas terminaron con objetos que no podían utilizar, estos se consideran regalos perfectos, ya que promueven los efectos deseados: los presentes manifestaron y materializaron el profundo amor que ellos se tenían, uniendo aún más a la pareja.
Esta historia ilustra las características del regalo perfecto: es pensado específicamente para el receptor, implica sacrificio y es desinteresado (no espera nada a cambio).
La historia también ilustra el principio de reciprocidad en la entrega de regalos. La cadena de oro y el peine del pelo eran regalos equivalentes: ambos eran lo más valioso que el donante podría ofrecer al receptor, un intercambio recíproco.
Sin embargo, no todos los intercambios de regalos se desenvuelven como este. De hecho, a pesar de que la entrega de regalos tiene efectos positivos significativos en la economía a nivel macro, desde un punto de vista microeconómico, es decir, a nivel individual, no tiene ningún sentido. Por lo general, los regalos no coinciden con las preferencias de los destinatarios y la investigación muestra que los receptores de los regalos estiman que el precio de estos se encuentra entre el 10% y el 30% por debajo de lo que realmente costaron.
 
Estresante y costoso
Una solución a la pérdida de valor en la práctica de dar regalos podría ser el regalar dinero, pero darlo en efectivo sigue siendo tabú en muchos contextos. Por ejemplo, las parejas tienden a abstenerse de hacerlo. Dar dinero es impersonal y se percibiría como una salida fácil frente a tener que ir a comprar y cuidadosamente elegir el regalo que indica no solo un profundo conocimiento del destinatario, sino también la voluntad de agradar a esa persona.
El comprar regalos demanda mucho tiempo, es estresante, costoso y genera todo tipo de preocupaciones y ansiedades. El mercado ha proporcionado algunas opciones que pretenden aliviar las tensiones o bajar la ansiedad a la que se ven expuestos los compradores. Las tarjetas de regalo, kits preenvasados y bienes personalizados son algunas de las opciones que podemos encontrar.
A pesar de que la mayoría de los regalos que intercambiamos se encuentran en el mercado, la economía del regalo corre paralela a la economía de mercado, y no sigue necesariamente las mismas reglas o lógicas que rigen el intercambio en esta última.
En el mercado, este intercambio es generalmente concebido como aquél que sigue la lógica de la maximización del beneficio y de la independencia entre actores quienes tienen motivaciones egoístas. Se requiere de dinero (o un mecanismo equivalente) y de partes sustituibles. Es decir, en la economía de mercado, un comprador es exactamente igual que el siguiente, en sí intercambiables.
Por el contrario, el intercambio de regalos requiere de una ceremonia y sigue la lógica de la mutualidad y la reciprocidad. De quién proviene el regalo marca una diferencia, así como también lo hace a quién se lo entregamos.
Otra diferencia importante es que en el mercado los objetos son mercancías anónimas, incluso son similares entre sí, mientras que los regalos son objetos personales que nos recuerdan a quien nos hizo dicho presente. Es por esto que se eliminan los precios, se envuelven y se entregan de manera ceremoniosa (con abrazos, tarjetas y palabras amables): este objeto debe poder diferenciarse de una mercancía cualquiera.
Además, el hacer regalos establece un vínculo sentimental entre dos personas, mientras que la venta de una mercancía no deja ninguna conexión.
Los antropólogos que han desarrollado teorías sobre la entrega de regalos basándose en datos o estudios culturales, sostienen que los regalos guardan el “espíritu” de quien los regaló, nunca dejando de pertenecerles. Es por esto que el acto de volver a regalar, vender o deshacerse de los regalos todavía se considera tabú en muchas sociedades.
A pesar de que los intercambios de regalos y el mercantil son muy diferentes entre sí, hay transacciones que caen entre estos dos tipos. Las muestras que uno recibe al comprar algo y el dinero dado por los empleadores a sus colaboradores al final de cada año, son ejemplos de transacciones que son un híbrido entre el intercambio de regalos y el mercantil.
En un proyecto de investigación reciente analicé cómo estas transacciones híbridas pueden ser clasificadas de manera ambigua e interpretadas de manera diferente por cada una de las partes involucradas.
En tales contextos, el difuminar las características de las economías de regalo y de mercado podría ser beneficioso, ya que permite que los involucrados participen en el intercambio, aun cuando le están atribuyendo diferente significado al acto. Sin embargo, en la mayoría de ocasiones, tanto los que entregan como quienes reciben, entienden perfectamente la razón del intercambio.
Las principales razones por las que hacemos regalos son sociales: los regalos pueden establecer y fortalecer relaciones. Los regalos pueden crear y mantener una comunidad. Los regalos llevan la obligación de corresponder y, por lo tanto, crean lazos que unen a las dos partes involucradas. Es importante señalar que esto no quiere decir que intercambiemos regalos solo por amor o sentimientos afectuosos.
Los regalos no son expresiones espontáneas de sentimientos, sino que son un fenómeno recurrente, predecible y regulado socialmente. Compramos e intercambiamos regalos porque es lo que se espera que hagamos. Esa sensación incómoda que uno siente entre el momento de recibir un regalo y el de reciprocarlo, puede ser explicado como una deuda persistente que crea la entrega de estos. Sin embargo, el devolver el gesto muy pronto o con un regalo demasiado similar al recibido, puede ser tan ofensivo como el hecho de jamás responder, lo cual puede poner en riesgo la relación entre el donante y el receptor.
La ansiedad de corresponder puede ser interpretada como que se desea un trámite rápido para saldar las cuentas, lo que podría dar a la situación un cariz de transacción mercantil más que de una expresión de afecto o cercanía. Es por esto que en la entrega de regalos no solo importa el objeto que se regala, sino que también entran en consideración el cómo, el cuándo y a quién es entregado. El regalo y todos los elementos que lo rodean son los que establecen las jerarquías e identidades sociales.
Por último, cabe mencionar que las políticas de poder también están regidas por los intercambios de regalos. Por ejemplo, mientras los padres tienen control sobre los niños, son los primeros los que entregan los regalos. Pero cuando los niños comienzan a crecer y quieren afirmar su independencia, el flujo de regalos comienza a ser en ambos sentidos y, más adelante, cuando los niños ya son adultos, son estos quienes ofrecen regalos a sus padres ya mayores. Estos no son actos estratégicos que pretenden marcar poder, sino más bien un patrón cultural que refleja una  historia de vida a través de la cual se mantiene el equilibrio en el intercambio de regalos.
De hecho, puede ser que demos de forma anónima a aquéllos que están impedidos, no tienen poder o no tienen capacidad de reciprocidad: ya sea a través de Santa Claus para los niños, o mediante alguna institución de caridad para los más necesitados.
Décima segunda columna de la sección General Management, escrita por la profesora Daiane Scaraboto y publicada el sábado 19 de diciembre en El Mercurio.
 
 
 [:en]

Décima segunda columna de la sección General Management, escrita por la profesora Daiane Scaraboto, publicada el sábado 19 de diciembre en El Mercurio.

Desde el punto de vista microeconómico no tiene ningún sentido regalar. Entre otros, porque los receptores estiman que el precio se encuentra entre un 10% y 30% por debajo de lo que realmente costaron.

En una historia inspirada en los Reyes Magos y sus regalos, el escritor estadounidense O. Henry  cuenta cómo un esposo y su mujer, completamente enamorados el uno del otro, enfrentaron el desafío de la compra de regalos de Navidad entre ellos contando con muy poco dinero. Eran pobres y cada uno tenía solo un bien preciado. La mujer, un hermoso pelo largo que provocaría la envidia a cualquier princesa y su marido,  un reloj que había pertenecido a su padre y su abuelo antes de él.

La mujer quería comprar una cadena de oro para el reloj de su marido y tras mucha consideración, decidió cortarse el pelo y venderlo, para así obtener el dinero que necesitaba para comprar la cadena de oro. Cuando su marido vuelve a casa del trabajo, ella descubre que él vendió su reloj para comprarle un peine de pelo con incrustaciones de joyas.

A pesar de que nuestros protagonistas terminaron con objetos que no podían utilizar, estos se consideran regalos perfectos, ya que promueven los efectos deseados: los presentes manifestaron y materializaron el profundo amor que ellos se tenían, uniendo aún más a la pareja.

Esta historia ilustra las características del regalo perfecto: es pensado específicamente para el receptor, implica sacrificio y es desinteresado (no espera nada a cambio).

La historia también ilustra el principio de reciprocidad en la entrega de regalos. La cadena de oro y el peine del pelo eran regalos equivalentes: ambos eran lo más valioso que el donante podría ofrecer al receptor, un intercambio recíproco.

Sin embargo, no todos los intercambios de regalos se desenvuelven como este. De hecho, a pesar de que la entrega de regalos tiene efectos positivos significativos en la economía a nivel macro, desde un punto de vista microeconómico, es decir, a nivel individual, no tiene ningún sentido. Por lo general, los regalos no coinciden con las preferencias de los destinatarios y la investigación muestra que los receptores de los regalos estiman que el precio de estos se encuentra entre el 10% y el 30% por debajo de lo que realmente costaron.

 

Estresante y costoso

Una solución a la pérdida de valor en la práctica de dar regalos podría ser el regalar dinero, pero darlo en efectivo sigue siendo tabú en muchos contextos. Por ejemplo, las parejas tienden a abstenerse de hacerlo. Dar dinero es impersonal y se percibiría como una salida fácil frente a tener que ir a comprar y cuidadosamente elegir el regalo que indica no solo un profundo conocimiento del destinatario, sino también la voluntad de agradar a esa persona.

El comprar regalos demanda mucho tiempo, es estresante, costoso y genera todo tipo de preocupaciones y ansiedades. El mercado ha proporcionado algunas opciones que pretenden aliviar las tensiones o bajar la ansiedad a la que se ven expuestos los compradores. Las tarjetas de regalo, kits preenvasados y bienes personalizados son algunas de las opciones que podemos encontrar.

A pesar de que la mayoría de los regalos que intercambiamos se encuentran en el mercado, la economía del regalo corre paralela a la economía de mercado, y no sigue necesariamente las mismas reglas o lógicas que rigen el intercambio en esta última.

En el mercado, este intercambio es generalmente concebido como aquél que sigue la lógica de la maximización del beneficio y de la independencia entre actores quienes tienen motivaciones egoístas. Se requiere de dinero (o un mecanismo equivalente) y de partes sustituibles. Es decir, en la economía de mercado, un comprador es exactamente igual que el siguiente, en sí intercambiables.

Por el contrario, el intercambio de regalos requiere de una ceremonia y sigue la lógica de la mutualidad y la reciprocidad. De quién proviene el regalo marca una diferencia, así como también lo hace a quién se lo entregamos.

Otra diferencia importante es que en el mercado los objetos son mercancías anónimas, incluso son similares entre sí, mientras que los regalos son objetos personales que nos recuerdan a quien nos hizo dicho presente. Es por esto que se eliminan los precios, se envuelven y se entregan de manera ceremoniosa (con abrazos, tarjetas y palabras amables): este objeto debe poder diferenciarse de una mercancía cualquiera.

Además, el hacer regalos establece un vínculo sentimental entre dos personas, mientras que la venta de una mercancía no deja ninguna conexión.

Los antropólogos que han desarrollado teorías sobre la entrega de regalos basándose en datos o estudios culturales, sostienen que los regalos guardan el “espíritu” de quien los regaló, nunca dejando de pertenecerles. Es por esto que el acto de volver a regalar, vender o deshacerse de los regalos todavía se considera tabú en muchas sociedades.

A pesar de que los intercambios de regalos y el mercantil son muy diferentes entre sí, hay transacciones que caen entre estos dos tipos. Las muestras que uno recibe al comprar algo y el dinero dado por los empleadores a sus colaboradores al final de cada año, son ejemplos de transacciones que son un híbrido entre el intercambio de regalos y el mercantil.

En un proyecto de investigación reciente analicé cómo estas transacciones híbridas pueden ser clasificadas de manera ambigua e interpretadas de manera diferente por cada una de las partes involucradas.

En tales contextos, el difuminar las características de las economías de regalo y de mercado podría ser beneficioso, ya que permite que los involucrados participen en el intercambio, aun cuando le están atribuyendo diferente significado al acto. Sin embargo, en la mayoría de ocasiones, tanto los que entregan como quienes reciben, entienden perfectamente la razón del intercambio.

Las principales razones por las que hacemos regalos son sociales: los regalos pueden establecer y fortalecer relaciones. Los regalos pueden crear y mantener una comunidad. Los regalos llevan la obligación de corresponder y, por lo tanto, crean lazos que unen a las dos partes involucradas. Es importante señalar que esto no quiere decir que intercambiemos regalos solo por amor o sentimientos afectuosos.

Los regalos no son expresiones espontáneas de sentimientos, sino que son un fenómeno recurrente, predecible y regulado socialmente. Compramos e intercambiamos regalos porque es lo que se espera que hagamos. Esa sensación incómoda que uno siente entre el momento de recibir un regalo y el de reciprocarlo, puede ser explicado como una deuda persistente que crea la entrega de estos. Sin embargo, el devolver el gesto muy pronto o con un regalo demasiado similar al recibido, puede ser tan ofensivo como el hecho de jamás responder, lo cual puede poner en riesgo la relación entre el donante y el receptor.

La ansiedad de corresponder puede ser interpretada como que se desea un trámite rápido para saldar las cuentas, lo que podría dar a la situación un cariz de transacción mercantil más que de una expresión de afecto o cercanía. Es por esto que en la entrega de regalos no solo importa el objeto que se regala, sino que también entran en consideración el cómo, el cuándo y a quién es entregado. El regalo y todos los elementos que lo rodean son los que establecen las jerarquías e identidades sociales.

Por último, cabe mencionar que las políticas de poder también están regidas por los intercambios de regalos. Por ejemplo, mientras los padres tienen control sobre los niños, son los primeros los que entregan los regalos. Pero cuando los niños comienzan a crecer y quieren afirmar su independencia, el flujo de regalos comienza a ser en ambos sentidos y, más adelante, cuando los niños ya son adultos, son estos quienes ofrecen regalos a sus padres ya mayores. Estos no son actos estratégicos que pretenden marcar poder, sino más bien un patrón cultural que refleja una  historia de vida a través de la cual se mantiene el equilibrio en el intercambio de regalos.

De hecho, puede ser que demos de forma anónima a aquéllos que están impedidos, no tienen poder o no tienen capacidad de reciprocidad: ya sea a través de Santa Claus para los niños, o mediante alguna institución de caridad para los más necesitados.

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