septiembre 4, 2019
Columna Marcos Singer
Entendemos la formación universitaria como una transformación del saber, hacer y el ser
profesional de nuestros alumnos. Si lo pudiéramos ilustrar: el saber sería cubierta; el hacer, una
capa intermedia; y el ser, el núcleo de la identidad laboral. Nuestra acción parte por la cubierta
del saber, pasa por el hacer, pero debe en definitiva impactar en el ser, siendo esto último lo más
complejo de lograr. La unión de estas tres dimensiones es lo que distingue a una formación
universitaria de calidad y a un profesional integral.
El saber se relaciona con la actividad tradicional de las universidades. Generamos conocimiento de
frontera y lo transmitimos a nuestros alumnos. Por ello, una parte de nuestros profesores deben
ser académicos de punta; producir los papers y los textos que están moldeando las diferentes
disciplinas. También, debe haber profesores conectados con el entorno, que entiendan dónde
están los desafíos y las soluciones a los problemas de la sociedad.
El conocimiento es necesario, pero insuficiente para enfrentar la carrera laboral del alumno.
Nuestra comprensión de las leyes de la economía es que la prosperidad personal emerge de la
contribución a la sociedad. Los mercados funcionan de manera recíproca, por lo cual nuestros
alumnos deben ser valiosos para su entorno si desean que su entorno los retribuya.
Si logramos que nuestros alumnos impacten en sus entornos, y que con ello obtengan
reconocimiento (no solo económico), avanzarán en construir una marca personal que los
identifique. Ninguno puede ser un ingeniero, abogado o agrónomo como cualquier otro; cada uno
debe ser un nombre único. Construir la marca personal requiere de un plan y de una cuidadosa
ejecución. Tal como decía Winston Churchill: “los planes tienen poca importancia, pero planificar
es esencial”. En otras palabras, es natural que los planes cambien; lo que vale es el proceso.
Saber y hacer son la manifestación de la identidad profesional. El ser puede describirse en
términos de los valores (work ethics). Estos valores no son otros que los que se inculcan desde la
niñez, pero que a veces parecen obsoletos: honestidad, generosidad, compasión, rigor, noble
ambición, entre otros. Un profesional así atrae a otros similares, produciendo redes valiosas y
potentes. También repele a personas con valores contrarios, quienes contaminan los ambientes
de trabajo y al mercado. Mientras el saber y el hacer cambian incesantemente con el progreso
tecnológico, el ser es permanente, y por ende es esencial que sea formado con el mayor cuidado.
La mejor combinación entre el saber, el hacer y el ser se da en el espacio de desarrollo profesional,
en el trabajo, en el emprendimiento, en el proyecto de vida. Es ahí donde se conectan los
conocimientos y valores y permiten un salto hacia adelante en la vida de las personas. Los
posgrados aportan en ese salto de quienes, no solo han cumplidos con los requisitos del saber,
sino que cuenta con experiencia (hacer) y buscan fortalecer su ser.
En ese camino, los posgrados locales señalan ventajas por sobre las mejores escuelas en el resto
del mundo. Empujamos a los alumnos a fortalecer su carrera (plan A) o construir una alternativa
(plan B) en el país en donde viven ellos y sus familias. Eso obliga a que el proyecto sea consistente
con su plan de vida, y por ende de utilidad inmediata.
Universidades chilenas como la UC facilitan los proyectos profesionales de quienes buscan
proyectar su ser distintivo (marca), muy conectados con el quehacer que impacta en el entorno.
Para transformar el ser, la universidad debe hacerse de maestros cuyo carisma inspire a los
alumnos. Y algo aún más difícil: atraer a alumnos con alto potencial y que estén en una genuina
búsqueda de esta transformación.