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Estrategia contra la corrupción – Al rescate de la confianza: ¿tarea (im)posible?

enero 6, 2016


[:es]Décima cuarta columna de la sección General Management, escrita por los profesores Mladen Koljatic y Mónica Silva, publicada el sábado 2 de enero en El Mercurio.
La tradicional “pillería del chileno” ha pasado de ser admirada a estar en tela de juicio al menos en lo que respecta a figuras públicas. ¿Será este cambio un buen presagio?
Hoy en día existe consenso en que la corrupción es un obstáculo para el desarrollo social y económico de los países. Asimismo, hay acuerdo en que el problema de la corrupción no se soluciona solo mediante controles y regulaciones. Cambiar prácticas arraigadas en el sistema es un proceso complejo, en que deben hacerse parte no solo las autoridades gubernamentales sino también el sector privado y la sociedad civil. Como han señalado estudiosos del tema, enfrentar la corrupción debiera ser una prioridad ya que esta causa un daño profundo, no solo económico, sino social, ya que menoscaba la confianza de los ciudadanos en las instituciones.
CORRUPCIÓN Y CONFIANZA
 “Más vale diablo conocido que santo por conocer”, reza un antiguo refrán. “Piensa mal y acertarás”, advierte otro. Ambos reflejan el escaso nivel de confianza social existente en Chile. Los recientes escándalos empresariales y políticos han minado aún más  la confianza de los ciudadanos en sus instituciones. En un país que históricamente ha mostrado niveles relativamente bajos de confianza social, la pérdida de esta debiera ser un motivo de preocupación. La confianza es después de todo un ingrediente clave para el desarrollo de las sociedades actuales, complejas e interdependientes como señalan los expertos.
Ante las revelaciones de malas prácticas y transgresiones éticas por parte de políticos y empresarios hay quienes concluyen que estas han sido parte de la “cultura chilena” y que lo que estamos viendo hoy es simplemente el resultado de una mayor transparencia y de un cambio de perspectiva acerca de lo que es moral y correcto. Actos que antes se consideraban parte de “la forma de hacer negocios” hoy ya no lo son, y la tradicional “pillería del chileno” ha pasado de ser admirada a estar en tela de juicio, al menos en lo que respecta a figuras públicas. ¿Será este cambio un buen presagio?
Hace algunos años fue publicada una entrevista a un político, quien se vanagloriaba de haberse “colado” en un partido de fútbol de alta connotación, para lo cual se había hecho pasar por periodista especializado. En otro país, tal revelación habría sido motivo de repudio público y posiblemente el implicado habría tenido que renunciar a su sitial. Lo mismo habría sucedido con otro representante del Parlamento que al ser sorprendido transitando en su auto a exceso de velocidad, en lugar de reconocer humildemente su falta y aceptar la multa, se permitió insultar a carabineros mediante gestos obscenos. Podríamos seguir señalando eventos de esta naturaleza, pero con estos dos ejemplos queda claro. ¿Qué puede esperarse de los “ciudadanos de a pie” si las autoridades y figuras públicas no dan el ejemplo?
En el ámbito empresarial no ha sido muy distinta la situación. El público se ha enterado de prácticas de colusión de larga data de CMPC y SCA, de la estafa financiera de La Polar, de los casos “farmacias”, “pollos”, Cascadas, Caval y Penta, por mencionar algunos en los cuales se han visto implicados reconocidos empresarios y también políticos.
 
MAC IVER Y LA CRISIS MORAL… EN 1900
 Ya en el año 1900, Enrique Mac Iver, político y estudioso de la realidad nacional, denunciaba en su famoso discurso “la crisis moral de la república” advirtiendo acerca de la necesidad de actuar teniendo como norte “el bien jeneral y no intereses i fines de otro jénero”. Se podría argumentar que los conflictos de interés y las prácticas corruptas son de larga data en el país y que lo que ha cambiado son los parámetros de transparencia y la conciencia de que hay que tomar medidas para combatirlas.
La tolerancia del público hacia actos repudiables pareciera ir en retirada, pero solo a la hora de aceptar enriquecimientos ílicitos y abusos de autoridad. El bajo nivel de confianza hacia los políticos y las empresas que muestran recientes encuestas de opinión puede entenderse como una muestra de este rechazo tácito de la ciudadanía hacia prácticas reñidas con la moral y las leyes.
Sin embargo, el repudio por estos escándalos no parece tener un correlato en la vida diaria de las personas. La evasión en el Transantiago crece año a año, el robo “hormiga” y la copia en colegios e instituciones de educación superior, constituyen el pan de cada día. Quienes transgreden las normas, si llegan a ser descubiertos, suelen restarle importancia al hecho a través del consabido planteamiento de “todos lo hacen”. Esta es una racionalización muy común que permite a la gente convivir con su deshonestidad y a la vez seguir en paz consigo mismos, manteniendo la imagen de que se es “una buena persona”.
 
¿EDUCACIÓN PARA LA HONESTIDAD?
 Hay quienes piensan que la corrupción debe ser abordada no solo a través de leyes y regulaciones sino a través de la educación. Sin embargo, los obstáculos que presenta el contexto cultural chileno para abordar la enseñanza de valores cívicos —entre ellos la honestidad—, no son menores puesto que el engaño es visto como un acto de astucia. Peor aún, la honestidad y la rectitud son a menudo objeto de burla y menosprecio.
En ocasiones, las transgresiones parecen no solo ser toleradas, sino celebradas como demuestra un aviso auspiciado, hace algunos años, por el propio Consejo de Rectores de Universidades Chilenas para promocionar un material de preparación de la PSU. En letras de bloque el aviso publicitario anunciaba: “De Copiar a Soplar en 10 Facsímiles”. Si se considera que el alma misma de la academia es la búsqueda de la verdad, tal mensaje de parte de respetadas autoridades educacionales enviaba una señal extremadamente desafortunada.
Otro factor de contexto en el marco de las transgresiones éticas es la influencia familiar. En un estudio nuestro acerca de conductas académicas deshonestas en estudiantes de pregrado (copia, plagio, etc.), se constató que los alumnos que creían que sus padres se sentirían muy desilusionados si supieran que habían incurrido en tales faltas, mostraban tasas más bajas de transgresiones que los alumnos que percibían que a sus padres no les afectaría mayormente. Si las familias no forman a sus hijos rectamente y toleran conductas académicas reñidas con la ética, difícilmente los estudiantes internalizarán la importancia de un actuar honesto.
El psicólogo Dan Ariely caricaturiza este fenómeno a través de la historia de Juanito, que llega a su casa con una nota de su profesora, señalando que ha sustraído unos lápices de su compañero de escritorio. El padre se enoja mucho y lo reta, dejándolo castigado por dos semanas. Termina el sermón señalándole, “Además, Juanito, tú sabes que si necesitas lápices no tienes para que tomarlos de tu compañero. Basta con que me lo digas y yo te traigo docenas de lápices… de la oficina”.
Por tanto, hay un límite a lo que la educación formal puede lograr en materia de transmitir valores para construir confianzas. Es difícil pretender que los programas educacionales tengan un impacto importante en la conducta de los jóvenes si hay un Estado, una sociedad y un entorno familiar que rema en sentido contrario. No basta con imponer un currículo de educación cívica ni enseñar cursos de ética. El éxito en erradicar la corrupción pasa por recomponer las confianzas.
Una sociedad sana no puede construirse a menos que exista un sustrato de confianza en sus instituciones y para ello se requiere que las autoridades  transmitan un modelo positivo en materia de valores a través de sus acciones.
¿CORRUPCIÓN EN LA ACADEMIA?
Los valores como la justicia y la rectitud, considerados baluartes de las universidades, pueden ser desbancados por intereses particulares.
 
En la Encuesta CEP que evalúa el nivel de confianza en las instituciones y el sistema político no aparecen instituciones tales como las universidades o escuelas. La omisión puede deberse a que tendemos a pensar en estas instituciones como libres de corrupción, pero ello no debe darse por sentado. Hemos conocido casos de corrupción que involucran a universidades privadas y recientemente el respetado rector de una universidad privada acusó a sus pares de las universidades del Consejo de Rectores (CRUCh) de actuar “como un cartel” privilegiando sus propios intereses  en desmedro del bien común.  Asimismo, el CRUCh ha sido blanco de numerosas críticas por su manejo poco transparente de la Prueba de Selección Universitaria (PSU), que incluye el haber engañado a la opinión pública con respecto a la calidad y equidad de la prueba, además de haber secuestrado durante años un informe internacional que daba cuenta de sus falencias.
Uno de los más destacados especialistas en el tema de corrupción en educación, Stephen Heyneman, de Vandervilt University, señala que las universidades son comúnmente consideradas como un refugio para los jóvenes. No importa cuán inestable sea la sociedad en que se inserta o cuán desfavorables sean las perspectivas de la economía, la inversión en educación es tratada como sacrosanta. Recientemente, sin embargo, se ha descubierto que los sistemas de educación pueden ser tan corruptos como otros sectores del gobierno y de la economía y que valores como la justicia y la rectitud, alguna vez consideradas como baluartes de las universidades, pueden ser desbancados por los intereses particulares de algunos individuos, familias, etnias o instituciones.
La corrupción educacional debe ser abordada en forma seria puesto que es un indicador de degradación del tejido social. Como señala Heyneman, dado que las universidades debieran ser modelos de buena conducta, permitir la corrupción en este ámbito puede ser más costoso que tolerarla en otras instituciones. Si la academia se corrompe, se puede anticipar que los futuros ciudadanos se corromperán también.
Décima tercera columna de la sección General Management, escrita por los profesores Mladen Koljatic y Mónica Silva, publicada el sábado 2 de enero en El Mercurio.[:en]

Décima tercera columna de la sección General Management, escrita por los profesores Mladen Koljatic y Mónica Silva, publicada el sábado 2 de enero en El Mercurio.

La tradicional “pillería del chileno” ha pasado de ser admirada a estar en tela de juicio al menos en lo que respecta a figuras públicas. ¿Será este cambio un buen presagio?

Hoy en día existe consenso en que la corrupción es un obstáculo para el desarrollo social y económico de los países. Asimismo, hay acuerdo en que el problema de la corrupción no se soluciona solo mediante controles y regulaciones. Cambiar prácticas arraigadas en el sistema es un proceso complejo, en que deben hacerse parte no solo las autoridades gubernamentales sino también el sector privado y la sociedad civil. Como han señalado estudiosos del tema, enfrentar la corrupción debiera ser una prioridad ya que esta causa un daño profundo, no solo económico, sino social, ya que menoscaba la confianza de los ciudadanos en las instituciones.

CORRUPCIÓN Y CONFIANZA

 “Más vale diablo conocido que santo por conocer”, reza un antiguo refrán. “Piensa mal y acertarás”, advierte otro. Ambos reflejan el escaso nivel de confianza social existente en Chile. Los recientes escándalos empresariales y políticos han minado aún más  la confianza de los ciudadanos en sus instituciones. En un país que históricamente ha mostrado niveles relativamente bajos de confianza social, la pérdida de esta debiera ser un motivo de preocupación. La confianza es después de todo un ingrediente clave para el desarrollo de las sociedades actuales, complejas e interdependientes como señalan los expertos.

Ante las revelaciones de malas prácticas y transgresiones éticas por parte de políticos y empresarios hay quienes concluyen que estas han sido parte de la “cultura chilena” y que lo que estamos viendo hoy es simplemente el resultado de una mayor transparencia y de un cambio de perspectiva acerca de lo que es moral y correcto. Actos que antes se consideraban parte de “la forma de hacer negocios” hoy ya no lo son, y la tradicional “pillería del chileno” ha pasado de ser admirada a estar en tela de juicio, al menos en lo que respecta a figuras públicas. ¿Será este cambio un buen presagio?

Hace algunos años fue publicada una entrevista a un político, quien se vanagloriaba de haberse “colado” en un partido de fútbol de alta connotación, para lo cual se había hecho pasar por periodista especializado. En otro país, tal revelación habría sido motivo de repudio público y posiblemente el implicado habría tenido que renunciar a su sitial. Lo mismo habría sucedido con otro representante del Parlamento que al ser sorprendido transitando en su auto a exceso de velocidad, en lugar de reconocer humildemente su falta y aceptar la multa, se permitió insultar a carabineros mediante gestos obscenos. Podríamos seguir señalando eventos de esta naturaleza, pero con estos dos ejemplos queda claro. ¿Qué puede esperarse de los “ciudadanos de a pie” si las autoridades y figuras públicas no dan el ejemplo?

En el ámbito empresarial no ha sido muy distinta la situación. El público se ha enterado de prácticas de colusión de larga data de CMPC y SCA, de la estafa financiera de La Polar, de los casos “farmacias”, “pollos”, Cascadas, Caval y Penta, por mencionar algunos en los cuales se han visto implicados reconocidos empresarios y también políticos.

 

MAC IVER Y LA CRISIS MORAL… EN 1900

 Ya en el año 1900, Enrique Mac Iver, político y estudioso de la realidad nacional, denunciaba en su famoso discurso “la crisis moral de la república” advirtiendo acerca de la necesidad de actuar teniendo como norte “el bien jeneral y no intereses i fines de otro jénero”. Se podría argumentar que los conflictos de interés y las prácticas corruptas son de larga data en el país y que lo que ha cambiado son los parámetros de transparencia y la conciencia de que hay que tomar medidas para combatirlas.

La tolerancia del público hacia actos repudiables pareciera ir en retirada, pero solo a la hora de aceptar enriquecimientos ílicitos y abusos de autoridad. El bajo nivel de confianza hacia los políticos y las empresas que muestran recientes encuestas de opinión puede entenderse como una muestra de este rechazo tácito de la ciudadanía hacia prácticas reñidas con la moral y las leyes.

Sin embargo, el repudio por estos escándalos no parece tener un correlato en la vida diaria de las personas. La evasión en el Transantiago crece año a año, el robo “hormiga” y la copia en colegios e instituciones de educación superior, constituyen el pan de cada día. Quienes transgreden las normas, si llegan a ser descubiertos, suelen restarle importancia al hecho a través del consabido planteamiento de “todos lo hacen”. Esta es una racionalización muy común que permite a la gente convivir con su deshonestidad y a la vez seguir en paz consigo mismos, manteniendo la imagen de que se es “una buena persona”.

 

¿EDUCACIÓN PARA LA HONESTIDAD?

 Hay quienes piensan que la corrupción debe ser abordada no solo a través de leyes y regulaciones sino a través de la educación. Sin embargo, los obstáculos que presenta el contexto cultural chileno para abordar la enseñanza de valores cívicos —entre ellos la honestidad—, no son menores puesto que el engaño es visto como un acto de astucia. Peor aún, la honestidad y la rectitud son a menudo objeto de burla y menosprecio.

En ocasiones, las transgresiones parecen no solo ser toleradas, sino celebradas como demuestra un aviso auspiciado, hace algunos años, por el propio Consejo de Rectores de Universidades Chilenas para promocionar un material de preparación de la PSU. En letras de bloque el aviso publicitario anunciaba: “De Copiar a Soplar en 10 Facsímiles”. Si se considera que el alma misma de la academia es la búsqueda de la verdad, tal mensaje de parte de respetadas autoridades educacionales enviaba una señal extremadamente desafortunada.

Otro factor de contexto en el marco de las transgresiones éticas es la influencia familiar. En un estudio nuestro acerca de conductas académicas deshonestas en estudiantes de pregrado (copia, plagio, etc.), se constató que los alumnos que creían que sus padres se sentirían muy desilusionados si supieran que habían incurrido en tales faltas, mostraban tasas más bajas de transgresiones que los alumnos que percibían que a sus padres no les afectaría mayormente. Si las familias no forman a sus hijos rectamente y toleran conductas académicas reñidas con la ética, difícilmente los estudiantes internalizarán la importancia de un actuar honesto.

El psicólogo Dan Ariely caricaturiza este fenómeno a través de la historia de Juanito, que llega a su casa con una nota de su profesora, señalando que ha sustraído unos lápices de su compañero de escritorio. El padre se enoja mucho y lo reta, dejándolo castigado por dos semanas. Termina el sermón señalándole, “Además, Juanito, tú sabes que si necesitas lápices no tienes para que tomarlos de tu compañero. Basta con que me lo digas y yo te traigo docenas de lápices… de la oficina”.

Por tanto, hay un límite a lo que la educación formal puede lograr en materia de transmitir valores para construir confianzas. Es difícil pretender que los programas educacionales tengan un impacto importante en la conducta de los jóvenes si hay un Estado, una sociedad y un entorno familiar que rema en sentido contrario. No basta con imponer un currículo de educación cívica ni enseñar cursos de ética. El éxito en erradicar la corrupción pasa por recomponer las confianzas.

Una sociedad sana no puede construirse a menos que exista un sustrato de confianza en sus instituciones y para ello se requiere que las autoridades  transmitan un modelo positivo en materia de valores a través de sus acciones.

¿CORRUPCIÓN EN LA ACADEMIA?

Los valores como la justicia y la rectitud, considerados baluartes de las universidades, pueden ser desbancados por intereses particulares.

 

En la Encuesta CEP que evalúa el nivel de confianza en las instituciones y el sistema político no aparecen instituciones tales como las universidades o escuelas. La omisión puede deberse a que tendemos a pensar en estas instituciones como libres de corrupción, pero ello no debe darse por sentado. Hemos conocido casos de corrupción que involucran a universidades privadas y recientemente el respetado rector de una universidad privada acusó a sus pares de las universidades del Consejo de Rectores (CRUCh) de actuar “como un cartel” privilegiando sus propios intereses  en desmedro del bien común.  Asimismo, el CRUCh ha sido blanco de numerosas críticas por su manejo poco transparente de la Prueba de Selección Universitaria (PSU), que incluye el haber engañado a la opinión pública con respecto a la calidad y equidad de la prueba, además de haber secuestrado durante años un informe internacional que daba cuenta de sus falencias.

Uno de los más destacados especialistas en el tema de corrupción en educación, Stephen Heyneman, de Vandervilt University, señala que las universidades son comúnmente consideradas como un refugio para los jóvenes. No importa cuán inestable sea la sociedad en que se inserta o cuán desfavorables sean las perspectivas de la economía, la inversión en educación es tratada como sacrosanta. Recientemente, sin embargo, se ha descubierto que los sistemas de educación pueden ser tan corruptos como otros sectores del gobierno y de la economía y que valores como la justicia y la rectitud, alguna vez consideradas como baluartes de las universidades, pueden ser desbancados por los intereses particulares de algunos individuos, familias, etnias o instituciones.

La corrupción educacional debe ser abordada en forma seria puesto que es un indicador de degradación del tejido social. Como señala Heyneman, dado que las universidades debieran ser modelos de buena conducta, permitir la corrupción en este ámbito puede ser más costoso que tolerarla en otras instituciones. Si la academia se corrompe, se puede anticipar que los futuros ciudadanos se corromperán también.

Décima tercera columna de la sección General Management, escrita por los profesores Mladen Koljatic y Mónica Silva, publicada el sábado 2 de enero en El Mercurio.

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