noviembre 4, 2019
Fuente: Revista Capital
Las recientes protestas y acontecimientos en Latinoamérica, incluido Chile, nos obligan a reflexionar acerca del rol de las universidades, y en especial de los programas de MBA, en la construcción de la cohesión social y de aportar las herramientas adecuadas para hacernos cargo de las expectativas de millones de personas.
La cohesión social ha sido una problemática en toda la historia de la humanidad, pero pareciera que adquiere más relevancia en medio de cuestionamientos al sistema democrático y a la economía de libre mercado globalizada. Por un lado, somos mamíferos relativamente débiles, así es que nos necesitamos mutuamente para sobrevivir. Por otro, estamos en constante competencia por los recursos, y eso es con frecuencia en desmedro del prójimo.
En 1651 Thomas Hobbes publicó El Leviatán, con la tesis de que nuestra naturaleza es tan salvaje y egoísta, que la única manera de mantenernos cohesionados es bajo la amenaza de un monstruo-estado. Luego en 1762 Jean-Jacques Rousseau replica en El Contrato Social con la tesis contraria: las personas somos nobles por naturaleza, y por ende bajo las condiciones adecuadas, la armonía social emergerá de manera espontánea.
Traduciendo ambas tesis al mundo de los negocios, la visión hobbesiana es que las empresas deben ser reguladas por un fiscalizador fuerte, o darán rienda suelta a su codicia. La tesis rousseauina es que no es necesaria la fiscalización, basta con construir una ética de negocios compartida.
La experiencia nos ha enseñado que la solución está en algún punto intermedio. Ni la tiranía ni la anarquía funcionan; se requiere de una sofisticada red de controles jerárquicos, transversales y ciudadanos, para mantener en orden un muy complejo sistema de actores e intereses cruzados, que, para mayor abundamiento, es cada vez más dinámico.
Entonces, ¿cuál es el rol de las universidades y sus escuelas de negocio? En mi opinión, contribuir a promover ciertos valores e ideas en nuestros alumnos, y por extensión en las empresas y la sociedad como un todo. No son valores o ideas nuevas; son las mismas de la Ilustración del Siglo XVIII: la racionalidad, el humanismo, la libertad, la democracia, el desarrollo de la ciencia, la tecnología y el emprendimiento.
Con estos valores e ideas es posible diseñar mecanismos de mercado que se localizan entre el pesimismo de Hobbes y la candidez de Rousseau. Consideremos el ejemplo de los programas de MBA. Aunque competimos incesantemente por los mejores alumnos y profesores, en paralelo hemos conformado asociaciones que definen y certifican nuestros atributos. En un principio fueron básicos, tales como la proporción de profesores por alumnos. Luego la cantidad y calidad de nuestras publicaciones científicas. Recientemente, indicadores de equidad de género. De manera sinérgica, diferentes rankings reportan estas certificaciones, así como otros indicadores, poniéndonos una valiosa presión adicional por elevar nuestros estándares.
Si como MBA somos capaces de formar a nuestros alumnos con los valores e ideas de mercado y a la vez humanistas, estaremos aportando a construir una sociedad, lejos de la tiranía o la anarquía, más próspera y socialmente sostenible. Pero, además, trasmitiendo la convicción de la urgencia de esa construcción que aporte a la cohesión social y permita el mejor cumplimiento de las expectativas de muchas familias de un mejor bienestar.